070 - Un Viaje en Pajarito

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Bitacora de Aventuras

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Bitácora de aventuras, edición Un Viaje en Pajarito I Historia Azul        Un mes entrada en la cuarentena, para saciar mis necesidades "andarieguísticas", recurrí a escaparme a La Princesa con Augusto, y visitar mis lugares favoritos del mundo. Hoy, te comparto una de esas escapadas...         Una tarde de abril, estaba la pequeña Natalita atendiendo una plantita de verdolaga en el Balconcito de la Felicidad, mirando las florecitas amarillas por si en unas horas ya no estaban, ellas son así, ahora están, orita no, hay que aprovecharlas. A su lado, Augusto sembraba unas semillitas de espinaca malabar, y fantaseaba pensando cómo iba a brincar de un lado a otro en la enredadera que pronto formaría, ¿o quizás se deslizarían enredadera abajo como si estuvieran en una chorrera? Cualquier plan era bueno, era cuestión de tiempo, pensaba.         En eso, uno de los pajaritos, que normalmente ignoraban a todo el mundo y se paseaban por toda la casita a sus anchas,  se paró a su lado y los saludó moviendo su piquito y su colita de un lado a otro.  Les dijo que quería enseñarles uno de sus lugares favoritos, y que estaba seguro de que a ellos les gustaría también. Se cambiaron de tamaño de inmediato, por eso de hacer clara su aceptación a la invitación, y se montaron en las pezuñas del pajarito, listos para una aventura voladora.         Volaron por encima de las calles del barrio, que se llamaba San Juan y como era el más viejo barrio en este rincón de La Princesa, le llamaban El Viejo. No siempre se tiene la oportunidad de ver el barrio desde el aire, o cualquier lugar desde el aire a decir verdad, así que aprovecharon la ocasión, y encontraron recovecos que no habían visto antes. Como siempre, las nuevas perspectivas te hacen ver cosas nuevas hasta en lo más cotidiano. Siguieron la calle San Francisco hasta el final, y doblaron a la derecha por una cuesta gigante en la calle del Cristo, luego giraron a la izquierda en la calle San Sebastián, y cruzaron el portón al final de la calle. De repente, el paisaje dejó de ser de terrazas de edificios coloniales y plazas escondidas entre medio de ellos, y se volvió jardín. Después de volar un rato sobre una casa blanca y el jardín que recién descubrían, el pajarito aceleró sin avisar. Voló super rápido, quizás por la emoción, era como si estuviera en una carrera, volando por encima de una fuente de agua bien largota, como una pista de aterrizaje,  que estaba en medio de los jardines. Tan rápido voló, que la pequeña Natalita y Augusto se cayeron de su pezuña.         Ellos se habían encogido al tamaño de una mosca, para hacer más fácil el vuelo al pajarito, pero al ser tan minúsculos, el pajarito al parecer ni cuenta se dio de que se cayeron, y cayendo, ahora sintiendo todo en cámara lenta, vieron como siguió volando de lo más feliz, mientras ellos volaron por el aire hasta caer adentro de la fuente que hacía un ratito les pareció una pista de aterrizaje.         La fuente estaba llena de ranas, todas se paralizaron y se les quedaron viendo. La pequeña Natalita y Augusto estando del tamaño de moscas, probablemente fueron vistos como un delicioso almuerzo. La rana más grande de todas se les paró de frente, y justo estaba sacando su lengua para comerlos, cuando la pequeña Natalita tuvo una idea. Miró a Augusto, le pidió con los ojitos que le siguiera el jueguito, y comenzó a cantar una canción, una canción que se parecía a la canción de otra ranita que vive por aquí, el coquí. Augusto de inmediato se le unió, y repitió con ella CO - QUÍ, CO - QUÍ.         La rana los miró confundidos, nunca había escuchado a una mosca hablar, mucho menos cantar. La rana se transportó a su niñez de inmediato, recordó a su mejor amiga, cuando era una niña, era una ranita coquí, y cantaba casi igual que las moscas que tenía frente. Cuando crecieron, tuvieron que separarse, pues al coquí le gusta la humedad pero no le gusta vivir dentro del agua, y a esa rana sí. Se despidieron sabiendo que era lo necesario, con la promesa de buscarse un día para saludarse y jugar un ratito. Ese día no había llegado todavía.         Augusto y la pequeña Natalita aprovecharon que ya nadie intentaba comerlos, y les explicaron que no eran ni moscas ni coquíes, pero que sabían de un escondite cercano de coquíes, que vieron un rato antes en su vuelo en el pajarito. La rana se emocionó, y se preparó para seguirlos en la aventura de encontrar los coquíes, y ojalá que con ellos, a su gran y vieja amiga. Augusto se llevó un par de piedritas de la fuente, y le fue marcando el camino a la rana, para que pudiera regresar cuando quisiera a jugar con su amiga. Augusto dice que es bueno ayudar a los demás a conseguir algo, pero que es más bueno todavía enseñarles cómo hacerlo para que la próxima vez puedan hacerlo sin ayuda, así evolucionamos en conjunto (y también por si no logramos volver a verlos).        Caminaron por los jardines, casi hasta el otro extremo de la fuente, y rebuscaron entre los arbustos hasta que llegaron al escondite secreto de coquíes. Augusto y la pequeña Natalita movieron las hojitas, y la rana entró. Para su sorpresa, justo en el centro, tal cual había estado ella en su estanque, estaba su amiga coquí.  Se reconocieron de inmediato, y brincaron a abrazarse y a jugar. La rana era mucho más grande que el coquí, pero de alguna manera el coquí lograba brincar más alto que la rana, y siempre le llevaba la delantera cuando eran niñas. Ahora, la rana había descubierto nuevos trucos que podía hacer, y aprendió a dominar sus largas piernas. Tanta fue la euforia del juego que todos comenzaron a saltar como locos, y Augusto y la pequeña Natalita se unieron al brincoteo. Augusto siempre dice que tenemos electricidad en el cuerpo, y que el saltar hace que se activen todos los conductos, y que se creen nuevas conexiones entre nuestros circuitos, así que lo vio como la perfecta ocasión para recargar de electricidad.        Se volvieron locos brincando e imitando a las ranas y a los coquíes, y se terminaron alejando del escondite de los coquíes y dejando atrás a la rana, lejos del estanque. La pequeña Natalita sugirió volver para ayudarla a regresar, pero Augusto le mostró el camino de piedritas que le había dejado para que pudiera regresar sola. Sabiendo que ella estaría bien, siguieron brincando y alejándose cada vez más del escondite, hasta que se tropezaron con otra fuente, justo frente a una pared gigante. En la fuente había tallado un león, a un lado un sol y al otro una luna. La pequeña Natalita se asustó, y Augusto le dijo que no había que tener miedo, que para levantarlo, solo había que acercarse y hablarle al oído. La pequeña Natalita se quedó viendo a Augusto confundida, intentando entender de qué manera despertar al león sería bueno para ellos, pero antes de que pudiera preguntar Augusto brinco hasta el oído del león y le pidió que se mostrara.         La estatua dio un rugido que hizo que las hojitas del árbol más cercano se cayeran al piso. Augusto cayó de un brinco al lado de la pequeña Natalita, que lo abrazó y llamó al pajarito para que los viniera a buscar...   Continuará...   4 de abril al 21 de mayo de 2020   Y tú, ¿a dónde te escapas?  ¿Me cuentas?    Búscanos en las redes sociales, en Facebook como Bitácora de Aventuras  https://www.facebook.com/bitacoradeaventuras/ ,  en Instagram como mini bitácora de aventuras  https://www.instagram.com/minibitacoradeaventuras/ ,  o pasa por   http://bitacoradeaventuras.com/cuentamelo-todo/     Si te gustan las historias que contamos, date la vuelta por itunes y regálanos tus 5 estrellitas, y si crees que a algún amigo le van a gustar, mándalo pa'cá. Nos veremos otro día que no va a ser hoy, a dormir.