Seguridad Para Siempre | Pastor Joseph D. Murphy

Share:

Listens: 0

Propósito y Gracia, Artículos

Miscellaneous


El único intercambio de palabras que ha traído paz a mi corazón, son esas palabras intercambiadas en el pacto de la gracia. Las palabras intercambiadas entre el Padre y el Hijo a favor de Su pueblo bendito. Nuestro Padre celestial nos ordena contemplar a Su Hijo y escucharlo. El Padre declara de su Hijo y de todo su pueblo bendito en Él. “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. (Mateo 3:17) El Hijo le declara al Padre: “He aquí, yo y los hijos que Dios me dio” “a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió” (Hebreos 2:13, Juan 17:12). Desde antes de la fundación del mundo escuchamos cada cláusula bendita, cada promesa bendita del pacto, intercambiada entre el Padre y el Hijo y entregadas al corazón creyente por el Espíritu Santo. Cuán propensos somos a tratar de encontrar seguridad en las palabras de los demás. O peor aún, ¡tratar de dar seguridad a otros con nuestras palabras! Amado, solo encontraremos paz, reposo y eterna seguridad creyendo las palabras intercambiadas por y en nuestro Dios del pacto, que no cambia. Palabras intercambiadas entre el Padre y Su Hijo, y bendecidas en los corazones de Su pueblo por el Espíritu Santo. Amado, Él jura en daño suyo, no por eso cambia; te declara a ti elegido de Dios: “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia” “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” (Salmo 15:4, Jeremías 31:3, Malaquías 3:6) Señor, líbranos de mirarnos a nosotros mismos. Haz que “confiemos en ÉL”. Concédenos escuchar la voz agradable de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Él nos declara una vez más, a través del evangelio de nuestra salvación, que todo lo que este pobre pecador necesita para ser salvo ante un Dios Santo, ha sido provisto libre y misericordiosamente en CRISTO y por CRISTO. Nuestro Señor declara: “yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”. Amado, nadie nos arrebatará de las manos de nuestro Padre y Su Hijo amado. Creyente, ni siquiera puedes arrancarte tú mismo de las manos de nuestro Dios; estás sellado por su Espíritu Santo y eres la posesión adquirida de su Hijo. Todo lo que debo hacer para ser salvo; Él me ha hecho, misericordiosamente, en la carne de un hombre. No en mi carne, sino en la carne y el Espíritu de su Hijo, al que ahora sigo por su gracia. Amado, “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1) Que Dios conceda, tanto al escritor como al lector, la gracia para contemplar que la única obra que da seguridad al corazón de su pueblo no es ninguna obra realizada en nuestra carne, sino la obra justa y lograda de Cristo, cumpliendo la LEY DE DIOS en nuestro favor. En la cruz donde murió nuestro bendito Salvador, Él nos compró [con] Su propia sangre. La muerte agotadora, sangrienta y propicia de nuestro Señor que pagó la pena de todos nuestros pecados. Y con esa vida justa Èl vivió como hombre, y ahora ha resucitado, y vive para siempre a la diestra del Padre, cumpliendo todas las demandas que Dios requiere de mí para la santidad. ¡Que Dios conceda, tanto al escritor como al lector, ayuda! Señor creo, ayuda mi incredulidad. ¡Amado, ÉL ha logrado y terminado el trabajo de nuestra salvación! Amén. (Isaías 40:1-2, Hebreos 4:3)